Era una mañana de agosto de 2011 sin demasiadas preocupaciones. Paseaba sin mucho rumbo por la ciudad de los cuatro ríos. En aquella época ya existía WhatsApp y las redes sociales, pero se podía vivir sin ellas. Aquello era para los tenían BlackBerry. Como iba diciendo, iba caminando por la Rambla Llibertat y vi una tienda Swatch. La ociosidad de las vacaciones y en plena emoción del momento se me antojó comprarme un reloj; un reloj Swatch.

Era un reloj barato, con una esfera mínuscula, parecía más adecuado para un niño que para un adulto, pero tenía el tic-tac más agradable de todos los relojes que había tenido hasta ese momento.
Hace años que dejé de usar reloj. Al fin y al cabo, pasamos el tiempo con la vista pegada a una pantalla que incluye, entre otras cosas, reloj y múltiples notificaciones para que no levantes la mirada ¿Quién necesita cargar más trastos? Sin embargo, me gusta escuchar ese tic-tac. Me recuerda que el tiempo pasa, que cada segundo cuenta.
Al final está decorando mi mesa del despacho. Porque 14 años después sigo teniendo la misma opinión: tiene el tic-tac más agradable de todos los relojes que he tenido hasta este momento.