Hace 20 años escribía un blog. No era el único que lo hacía. Como otras tantas personas, disponía de mi rinconcito en Internet donde volcar mis creencias, mis gustos y mis preocupaciones. Escribir un blog era terapéutico y emocionante. Cada artículo que escribías era como enviar un mensaje en una botella en un mar de bytes donde navegabamos con vientos de 256Kbits por segundo.
Lo curioso de todo esto es que esas botellas las encontraba otra gente y pronto comenzaron a forjarse relaciones. Ya no eramos gente anónima y solitaria, sino un colectivo de personas con un mismo hábito. Seguías los blogs de personas que escribían cosas que te agradaban o que te hacían pensar. Se generaban conversaciones y debates. Esa conexión llevó a que muchos quedasemos en la vida real. Guardo amigos de aquella época a día de hoy.
En aquel entonces, Internet era otro lugar: había inocencia, buena voluntad y poco sentido de la monetización. Las conexiones eran genuinas y de uno a uno. La revolución que siempre habiamos querido había llegado. ¿Qué podía salir mal?
Todo salió mal.
Esa es mi opinión.
La «web social» dio paso a la figura del «bloguero profesional» y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. Comenzó la asimetría en las relaciones, los «blog-egos» y la búsqueda de la monetización. Las conexiones humanas dejaron de importar, al contrario que los clicks y las audiencias. Poco después las redes sociales barrieron a los blogs de la faz de web y asestaron un duro golpe a la naturaleza distribuida de Internet. Más tarde, los algoritmos comenzaron a manipularnos para que pasasemos más tiempo en ellas a base de avivar los contenidos que generaban respuestas emocionales negativas. Así, hasta el vertedero que es a día de hoy.
Yo he tocado techo (o fondo) en toda esta vorágine el año pasado. Durante unos meses estuve desconectado por completo y no lo he echado de menos. Bueno, quizás un poco. Reconozco que los primeros días fueron mucho peores que dejar de fumar. Unas 20 o 30 veces peores. Pero quizás lo que de verdad echase de menos era poder enviar un mensaje ahí afuera; compartir mis creencias, gustos y preocupaciones. Y entonces me acordé: ¡los blogs! Si WordPress, que todavía existe, sirve para esto. ¿Por qué no volver a escribir un blog como hacía en 2004?
Escribir un blog en 2024 con las reglas de 2004 puede resultar chocante a mis compañeros de trabajo, a mis alumnos y a mis padres (que nunca entendieron de qué iba eso de los blos). Sin embargo, escribir un blog sin buscar fama, poder o dinero te da libertad para expresarte como te da la gana, justo lo que echaba de menos.
Estas son las reglas que me he autoimpuesto para este blog:
- Nunca me verás promocionar este blog. Mi objetivo aquí es retomar el muy gratificante hábito de escribir y reflexionar. Si estás leyendo esto, gracias. Seguro que tienes una buena historia sobre cómo has llegado hasta aquí.
- El contenido de calidad es para influencers. Respetaré la ortografía básica y la gramática, pero no esperes textos dignos de un libro.
- Utilizaré cookies técnicas únicamente. No necesito de otro tipo.
- Analítica web: ¿eso qué es?. Ignoraré el número de visitas que tenga este blog conscientemente. No instalaré ningún tipo de servicio o sistema que me permita identificar quién me visita, cuánto tiempo pasa aquí y desde dónde ha llegado.
- Evitaré las 10 técnicas de redacción que favorecen el posicionamiento en buscadores. No te imaginas la 7ª.
- No titularé las entradas para que incrementen los clicks.
- No incluiré botones para compartir en las redes sociales. Ver punto 1.
- Nunca y bajo ninguna circunstancia convertiré este blog en una newsletter. Perder uno de mis posts no debería afectar en nada a tu vida.
- Jamás seguiré un calendario de publicaciones. Publicaré cuando me apetezca y tenga algo que compartir. Algunas entradas serán muy largas y otras tan breves que ningún buscador las posicionará. Ver punto 2.
- Nunca pondré publicidad.
Probando, probando. ¿Se me escucha?